¿Quieres comprender a los demás?

Hoy en día, la importancia de la empatía está en boca de muchos. Hemos experimentado, a nivel personal y relacional, la tranquilidad y plenitud que nos ofrece sentirnos comprendidos. Al mismo tiempo, en conductas/actitudes que nos desagradan o ante diferentes opiniones, a menudo, nos resulta difícil entender la vivencia del otro.

Para empezar podemos analizar las dos palabras: escucha y empatía. Por un lado, para escuchar activamente será necesario guardar silencio. Hablar y escuchar, en el mismo momento, no son compatibles. Ahora, cuando estoy escuchando, ¿en qué estoy? A menudo me pillo como si estuviera escuchando al otro, cuando estoy distraída con algún otro asunto o pensando en los argumentos con el que le voy a contestar. Por eso, para escuchar activamente pondré mi atención en el relato del otro.

Por otro lado, la escucha empática supone una mayor calidad de presencia. Cuando estoy escuchando puedo mirar con qué intención estoy. ¿Qué quiero conseguir con escucharle? ¿Quiero escuchar para que luego, me escuche o me haga caso? ¿O quiero descubrir lo que está viviendo más allá de la palabra, la conducta o la emoción del otro? Si es este último, puedo averiguar el mensaje oculto que puede haber detrás de las palabras y actitudes del otro. ¿En qué emociones y necesidades puede estar inmersa esa experiencia?

Es posible que con su comportamiento/actitud la persona trate de satisfacer algunos aspectos o necesidades que le son importantes. Podemos centrar nuestra atención en estos asuntos. Su emoción nos dará pistas, ya que éstos son mensajeros de aspectos que nos son necesarios para el bienestar de las personas. Las emociones agradables serán señal de que las necesidades están cubiertas y las emociones desagradables, en cambio, vienen a decirnos que alguna necesidad requiere atención.


Para escuchar con empatía, puede servirnos analizar los siguientes elementos:


1. Mi misión: poner luz en lo que el otro explica. Ir a su lado, ni por delante ni por detrás, sin querer llevar a donde a uno le interesa.
2. Sufrimiento. Cuando veo que alguien está sufriendo, solemos querer sacarlo de ahí. Y esto no me corresponde a mí. Por muy incómodo que sea lo que está viviendo o sintiendo, puede que le sea necesario para ponerse en marcha. Es posible que le venga a informarle lo que necesita para su bienestar.
3. Confianza. El otro tiene todo lo necesario para atravesar y resolver esa situación, aunque no lo sepa o no quiera. Quizá también necesita ayuda y tiene capacidad para pedir o recibir.
4. Entender no significa estar de acuerdo. Comprender la situación o la vivencia del otro en su conjunto será compatible con establecer límites o tomar medidas.


Cuando queremos dar empatía, ayuda hacernos hipótesis de cómo puede estar viviendo. Podemos ofrecer en formato de pregunta cómo se siente y qué puede necesitar, imaginando cómo está siendo en su experiencia. No somos mejores empatizadores si adivinamos lo que le pasa al otro. Le estamos dando el regalo, dirigiendo nuestra mirada hacia su interior, enseñándole a él también a hacer ese movimiento.

¿Qué nos aportara ejercitarnos en la empatía?


1. Tendremos pistas para entender a los hijos, alumnos, compañeros, parejas, padres.
2. Cuando tengamos identificadas las necesidades de los demás, resultará más fácil encontrar estrategias efectivas que favorezcan su bienestar.

3. En situaciones conflictivas, favorecerá tomar el camino de la colaboración y aportar así en el bienestar de todos.
4. Nos ayudará a saborear la conexión que tanto deseamos. Esto es algo que no se paga con dinero, y que a menudo resulta más bello que esa actitud que nos gustaría alcanzar.

Estamos rodeados de relaciones. En el día a día, tenemos multitud de situaciones para practicar con esta herramienta. En lugar de exponernos a la improvisación y las condiciones precarias que traen las situaciones en vivo, dedicar unos minutos fuera de ellas nos aportará más destreza. ¿Por dónde quieres empezar?