En mi búsqueda constante de instrumentos más consistentes para mi vida personal y profesional, encontré la Comunicación No Violenta de Marshall B. Rosenberg, psicólogo clínico estadounidense. Su método ha sido como encontrar un eje nuclear en el camino, desde el que quiero recorrer el resto de mi vida, donde encuentro las herramientas para poder caminar y avanzar cuando me pierdo. Un camino concreto a la vez que profundo y sutil, enormemente perceptible y estimulante en mi núcleo interior.
Y me pregunto: ¿a qué llamamos violencia?
Existe una violencia en la que todos estamos de acuerdo, como es en insultar, agredir… Marshall B. Rosenberg añadía dentro de este paradigma de “violencia” todo aquello que ponemos y expresamos en el terreno de juego, que al otro le daña, hace que se aleje o se ponga a la defensiva. Aquí entrarían los juicios, (sobre el bien y el mal, sobre la culpa y, en consecuencia, merecedor de castigo o premio); también la exigencia (debería, tendría que, debo, tengo que,…), el querer tener la razón, cuestionar, desvalorizar, comparar…
Considero que descubrir o tomar conciencia de estos elementos, a veces tan sutiles, nos aporta claridad, sobre todo cuando tenemos experiencias en las que alguien se cierra o se posiciona a la defensiva; no entendemos el por qué y, probablemente, nos sentimos enfadados. Así, lo que daña o aleja, aunque sea micro, lo incorporamos dentro de la bolsa de la violencia.
Entonces, ¿a qué llamamos no violencia?
En la “no violencia” incluimos todo lo que genera cercanía, todo lo que contribuye a crear o restablecer un campo magnético de atracción por la mejora de la relación interpersonal. No se trata de no poner violencia sino de generar cercanía, atracción, sintonía.
El propósito de la CNV es crear y recrear una alta calidad de conexión, a través de la cual poder disfrutar con espontaneidad el dar y el recibir mutuamente. Poner prioridad en el deseo de que las necesidades de todos queden atendidos hará que, antes o después, consigamos resultados satisfactorios y todos tengamos la sensación de haber ganado, de habernos enriquecido y, consiguientemente, de haber crecido.